viernes, 31 de marzo de 2023

Hombres que te muestran el pene y no te dejan ser feliz - Essaouira 2

Essaouira es una ciudad, dentro de todo, calma. La gente no está pendiente de sacarte dinero todo el tiempo, y podés caminar por la calle sin sentirte como un rehén. 

La vara está baja, pero de a poco iremos subiéndola.

Como estamos alojándonos en una habitación, nos urge salir todos los días, sobre todo antes de trabajar, para aprovechar la luz del sol. Además, vale decir, nos gusta más la mañana. 


En Marruecos el día empieza alrededor de las 10 para la mayoría de la gente. De esta manera, ya con empezar a las 8 tenemos una ventaja de dos horas para recorrer la ciudad de día y en sus horas más tranquilas. 

No es que Essaouira sea un infierno de gente cuando está activa, pero la preferimos con la menor cantidad de gente posible. Esto también promueve que, al interactuar con los locales, los agarremos más tranquilos. 


Los lugares más conflictivos para caminar en horas laborables son la playa y la medina. La medina porque tiene la mayor concentración de vendedores, y la playa porque, al estar todos en el trabajo, le genera escasez de clientes a los vendedores de paseos sobre animales.


Lo primero que hicimos fue desayunar batbout bsit uliesel con té y, a continuación, ir a la playa. Ahí caminamos descalzos un rato, para poder sentir la arena y el mar. En eso, nos damos cuenta que nos empieza a seguir un marroquí. 

Al principio nos saluda, dice alguna que otra palabra, y nosotros le respondemos "Argentina, Argentina". Él nos dice algo más que no entendemos por el viento, y seguimos nuestro camino.

Mientras seguimos la marcha, nos va siguiendo en paralelo, a veces más cerca que otras. Por el look, parece un vendedor de paseos sobre animales, y nosotros no le hablamos más, pero él insistió un rato más. 

En un momento empezamos a correr de la marea, a modo de juego, y él se reía falsamente desde atrás. Menudo esfuerzo de ventas. 

Al ver que nos acercábamos a la zona donde había otros vendedores (de donde seguramente había venido este personaje), dimos media vuelta de manera abrupta. Eventualmente, este señor nos dejó de seguir.


Para describir cómo se sienten los acercamientos de los vendedores en Marruecos, me gustaría dar este ejemplo: Es como estar pasándola bien, disfrutando las pequeñas cosas de la vida, riendo tontamente porque sí, y que de repente venga un tipo y te muestre el pene. 


Después de la playa, fuimos a la medina y, apenas llegamos a la entrada, nos pidió dinero un mendigo. Le dijimos que no con un gesto de cabeza y, mientras seguimos caminando, el tipo se nos acercó y nos quiso agarrar. Luego le dijo algo a Mariana y, por las dudas, aceleramos la marcha.

Segundos después, escuchamos a alguien que castigó al mendigo por haberse acercado así a nosotros, pero cuando nos dimos vuelta todo había terminado.


Al haber salido disparados de la situación, tomamos un camino distinto al que pensábamos, y terminamos en un patio con varios negocios. Uno nos invitó a pasar para ver sus joyas. Mariana le dijo que no teníamos plata, y el chabón dijo que no nos cobraría nada. Mariana sugirió entrar, y pasamos al local.

El tipo nos empezó a mostrar un montón de anillos, collares, aritos, y otras giladas que no recuerdo. En un momento sacó una "brújula bereber", que aparentemente es un artefacto que ayudaba a orientarse a los nómadas hace siglos atrás.

Le preguntamos dos veces cómo funcionaba, pero el muchacho ignoró la pregunta y siguió mostrándonos cosas. El método de ventas era inundarnos con información. 

Ya a la quinta caja que abrió para mostrarnos joyas, le dijo Mariana que ya está, que no íbamos a comprar nada. Él insistió en que nos lleváramos algo, y le dijimos que tal vez volveríamos. 

El tipo puso cara de orto, lo saludamos, y tiró una frase por lo bajo mientras nos íbamos. Como la dijo en su idioma natal, suponemos que fue un insulto.


Es algo habitual, al menos en nuestra experiencia, que los vendedores se enojen si no querés comprarles. 


Algo que sí me gusta mucho de Marruecos, y a Mariana también, es el té. Ojo, no reemplaza a nuestro amado mate, pero sí es un digno suplente.

Por eso, aprovechando que estábamos en la medina, se nos ocurrió ir a algún lugar de estilo típico para tomar un tecito. 

Fuimos mirando negocio a negocio, hasta que encontramos uno, metido en un pasillito chiquito, que ofrecía un té a un precio normal. Barajamos la posibilidad de comer algo, pero los precios en la medina son una vergüenza.

Los precios en los lugares turísticos, según mi impresión, están pensados para europeos occidentales. Si mirás este país con ojos de español, francés, británico, alemán, etc., es un regalo quedarse en Marruecos. 

Si lo mirás con ojos de argentino, los precios son variopintos. En la mayoría de los casos son parecidos o están dentro del rango esperable, y sólo en algunos artículos específicos son más caros o más baratos. Por poner dos ejemplos, los quesos son absurdamente caros (100 gramos 1,5 dólares), y las frutas y verduras son bastante más baratas (1 kilo de frutilla por 1 dólar). 


Una vez que nos sirvieron el té, cayó un hombre a tocar música típica de Essaouira. El tipo gritó 5 frases mientras le pegaba a un tamborcito frenéticamente y, 15 o 20 segundos después, terminó la canción.

Pasó por las mesas pidiendo plata, y más o menos se hizo unos 3 dólares.


Como habrán notado, Marruecos es una tierra llena de oportunidades. 


Al ir a pagar, nos tenían que cobrar 9 dirham (casi 1 dólar), y Mariana le pagó a la señora que atendía con 10 dirham. La mujer no quiso darle el vuelto, así que tuvo que insistirle. Recién ahí, y con mala cara, le dio el dirham faltante. 


En general, Marruecos es tierra de hombres, la enorme mayoría de los negocios lo atienden varones, por lo que es infrecuente encontrar locales manejados por mujeres. 

El estilo predatorio de ventas, aparentemente, aplica a ambos sexos.


Volvimos a pasear por la medina, en dirección al mirador. Esta zona es una parte superior de la muralla que rodea la ciudad, desde la cual hay vistas panorámicas de toda Essaouira. 


Antes de llegar ahí, nos frenamos en un local para ver trabajos hechos en madera, y el vendedor nos empezó a hablar. Nos preguntó de dónde éramos y, al decirle "Argentina", el flaco dijo: "Ah, sí, me encanta Facundo Cabral". Resulta que hablaba español, y que sabía cosas de nuestro país.


Su nombre era Kabir (el análogo de Javier en árabe), y fue muy amable con nosotros. Nos quedamos charlando un rato largo. 

Nos contó que Essaouira era un lugar donde confluían varias etnias de Marruecos porque, al ser un lugar de comercio (debido al puerto), el vaivén de personas de distintos lugares era más habitual. 

Luego le preguntamos por el origen de los productos que vendía. Queríamos saber si los tallaba él a mano, y nos dijo que no. "Cuando era chico trabajaba para un taller donde hacíamos estos productos, pero ahora sólo los vendo", nos explicó, y agregó: "Todos estos artefactos tallados en madera se hacen en talleres y se distribuyen a distintos negocios, así es en toda la medina, ya no hay tantos artesanos como antes".

Kabir también trabaja como guía, y nos dijo que hacía más dinero con eso que con la venta del local. Yo tomé esto como una indirecta, y le dije que ya teníamos un guía (Isaac), pero que yo no tenía problema en recomendarlo a él a otras personas. 

Él me pasó su web y teléfono, y acá les dejo la web para que conozcan un poco de Kabir: www.caracoladventures.com

A Kabir se lo notaba curioso por nosotros, y en general por su propio país también. No tenía todas las respuestas, pero un poco de la gracia de la vida es andar buscándolas. 

Antes de irnos, nos escribió nuestros nombres en árabe en mi cuaderno, y será un recuerdo que guardemos para siempre. 


Seguimos avanzando a través del mismo pasillo en el que veníamos y, minutos después, llegamos al mirador. 


Las vistas de Essaouira eran preciosas, aunque era una zona con bastantes turistas extranjeros (como nosotros), por lo que nos llevó tiempo recorrerla. 


Satisfechos con nuestra salida diaria, volvimos a casa, trabajamos, y a eso de las 18 salimos a comer. En general intentamos comer antes de las 19. Preferimos ese horario. 


Para cenar elegimos "Kabir grillade", que nada tiene que ver con nuestro amigo Kabir, sino que es un restaurante que nos recomendó Isaac. "Aquí comerás bien, barato y estarás con marroquíes", nos dijo, y tenía razón.


En este local hay dos camareros: Un chico y una chica. 


La chica es medio colgada, a veces se olvidaba cosas, pero nos ayudaba con el idioma. Por ejemplo, si pedíamos dos jugos de naranja, teníamos que decir "shush limón", si no, no nos tomaba el pedido (en broma, claro). Cuando estaba ella, la música del local era siempre alguna balada romántica.

El chico era de otro perfil, mucho más callado. Trataba a su trabajo como si estuviera en el restaurante más elegante de todo Marruecos. Muy cordial y profesional. 

A ambos siempre les dejamos propina, y realmente se sorprendían y agradecían por esto. 

Nosotros también dejamos propina en Argentina, pero no pensábamos hacerlo acá (por si no era bien visto, que puede pasar). Eso cambió cuando leímos de varios bloggeros de viajes que era costumbre dejar propina, generalmente un 10% o 20%. 

En nuestra experiencia, dejar propina no es PARA NADA una costumbre en Marruecos. Por eso, si tu pregunta es: ¿Se deja propina en Marruecos? La respuesta es un rotundo "sólo si vos querés". 


Luego de cenar, fuimos al kiosko a comprar algo dulce. 

En general, cuando entramos a un kiosko en Marruecos, nunca sabemos cuánto sale cada cosa y, lo que es peor, ni siquiera qué es cada ítem. A veces las fotos describen bien, pero otras no tanto, o ni siquiera tienen foto, por lo que tu compra termina siendo una sorpresa.


En los blogs que leímos también se decía que en este país se regatea (es decir, se pelea el precio), y entiendo que esto es cierto. Nosotros nunca lo hicimos para compras chiquitas de este tipo (acá las galletitas se venden de a 2 o 4 por paquete), pero sí cuando quisimos ir a comprar, por decir algo, un kilo de banana. En ese caso no es que regateamos, sino que le mostramos la moneda al vendedor y decimos "1 kilo, banana", y ahí algunos aceptan, y otros no.


Por eso, si sos como nosotros y no te fascina regatear, este es un buen método y, sobre todo, sin confusiones. 


Una vez en casa, nos pusimos a jugar una partida del Age of Empires comiendo galletitas.



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