Antes de leer este capítulo, sugiero que lean el anterior, porque hay varias cosas que necesitan contexto dado en ese episodio. Ahora sí, seguimos.
De Jemaa el-Fnaa se dicen cosas hermosas: Que es pintoresca, que hay que saber mirarla, que cientos de años de actividad humana se respiran sobre su suelo, y que vas a ver cosas que no hallarás en ningún otro lado. También leímos a uno que decía que había "magia" en el aire.
Como es sabido, yo me dedico a creer a quienes me cuentan una experiencia, sea mano a mano, o a través de un blog. ¿Por qué mentirían? ¿Qué ganarían con e$o?
Dada la contradicción que encontrábamos entre nuestra percepción de Jemaa el-Fnaa y lo que leíamos de otros, decidimos volver a visitarla.
Por eso, salimos temprano una mañana, y emprendimos la ruta.
Al salir por el pasillo de Basma, nos encontramos nuevamente con el señor grandote que nos mira mal. Ya ni intentamos saludarlo, ¿para qué? No hace bien a la autoestima ir juntando caras de orto por doquier.
Afortunadamente, los semi gángsters cuasi púberes todavía no habían llegado a su puesto al final del pasillo. No importa cuánto griten y molesten, a nuestros ojos no dejan de ser chicos que viven con sus padres jugando a ser los peligrosos del barrio.
Ya alejándonos de las sombras del pasillo basmesco, entramos en la dimensión medina, donde nuestra vida consiste en tratar de armar una ruta a través de calles que parecen autogeneradas por una computadora que tiene un marcado desprecio por la planificación urbana.
Google Maps ayuda, no les voy a mentir, pero hay calles que no están en el mapa y, repentinamente, el GPS nos dice que estamos adentro de un edificio (posiblemente, en la casa de alguien que está enfermo de tanto aspirar humo todos los días). Pero no, simplemente estamos en un pasillo repleto de comerciantes que no figura en Google Maps.
Con dificultad, nos dimos cuenta de cómo recular y volver al camino que habíamos marcado en el celular.
Algo que tengo que decir de Marrakech es que, si sos una persona a la que le gusta MUCHO recibir atención, acá la vas a tener. En la parte turística de la medina, a cada paso alguien va a pedirte que entres a su negocio; que le des plata; que aceptes su propuesta de guiarte a donde sea que vayas; o, en el mejor de los casos, simplemente querrán saludarte.
Pero ojo, que se haga la luz: Marrakech está lleno de almas buenas que van a darte una mano sin cobrarte, y que van a tratarte bien sólo porque son buenas personas. El problema es que, dada la diferencia cultural que nos separa, no siempre es tan sencillo distinguir a los altruistas de los interesados.
Ya un poco más cerca de la plaza, pasamos por lugares más turísticos. No sabría decir bien qué era cada cosa, porque los sitios estaban plagados de extranjeros. Por lo que hemos notado, muchos de ellos viajan con guía y en grupos de más de 4 personas.
Por supuesto que también se ven parejas y familias, pero me da la impresión de que el grueso viene habiendo contratado paquetes de agencias.
En ese tramo, vimos a un muchacho sacándole fotos a un edificio. CREO que estaba queriendo fotografiar un detalle arquitectónico de una ventana. Debajo de esa ventana, sin embargo, había un negocio.
Y digo "sin embargo" porque, terminada la foto, salió un hombre iracundo del local. Le empezó a gritar no sé qué en magrebí-dariya, y luego le exigió que le pagara por la foto. El turista le dijo que no le sacó foto al negocio, que sólo había hecho una toma de otra parte del edificio.
Al dueño del local le importó nada la explicación y, al darse cuenta que no iba a sacarle ni un euro al turista, quiso obligarlo a borrar la foto. El turista, nuevamente, se negó.
En este momento, la animosidad por parte del dueño era enorme pero, como suele pasar seguido en nuestros tiempos, el clímax nunca llega o es una decepción: Rápidamente todo se calmó cuando llegó otro marroquí que hizo de intermediario, y arreglaron la situación con diálogo y consenso.
Con esta última escena, culminamos la ruta y, finalmente, llegamos a Jemaa el-Fnaa, la plaza prometida.
A priori, la diferencia que notamos con el resto de la medina fue que, en esta parte, los negocios son bastante más grandes, los precios mucho más caros, y los vendedores mucho más insistentes. Es como tomarse un shot reconcentrado de Marrakech, compuesto básicamente por humo y acoso.
Lo segundo que notamos fue que, a pesar del chiste de recién, hay mucho menos olor a humo. Sí, hay vehículos que van y vienen pero, al no tener paredes altas y calles angostas, la toxicidad circula de otra manera.
Dimos algunas vueltas por la plaza, que está ocupada por una feria de food trucks y manteros, y tratamos de sentir "la magia" que el bloguero había prometido en su página web.
En ese instante fue cuando avanzamos hacia el sonido de unas flautas, y nos topamos con los "encantadores" de serpientes, a quienes habíamos visto y oído de reojo al llegar a Marrakech.
Resulta que, observando el espectáculo, notamos que las serpientes no responden tanto a esa flautita insoportable, como sí lo hacen frente al "ganchero" (no se llama así). El "ganchero" es un tipo que usa un gancho para ir moviendo a las serpientes (evitando así que escapen), y amenazarlas como para generar una reacción por parte del reptil, que se yergue para estar alerta ante cualquier ataque.
De alguna manera, el espectáculo se logra mediante tortura psicológica.
A los turistas que pasan, suelen intentar tirarles la serpiente encima para que se vean obligados a quedarse, sacarse una foto y, por supuesto, a darles dinero.
En un momento, percibimos que uno de los "encantadores" nos miraba con ganas, así que continuamos la marcha.
Y ahí fue cuando vimos a los monos.
El espectáculo es desolador, pero mucha gente parece disfrutarlo.
Los monos tienen cada uno un dueño/patrón, que se encarga de disfrazar de alguna manera a su animal. Unos les ponen pañales, otros vestidos, anteojos oscuros, etc. No hay ninguna línea en particular que haya podido notar en la vestimenta, medio que va a gusto del humano.
Todos los monos tienen con una cadena al cuello que les prohíbe escapar.
El chiste de esta situación, según entiendo, es que el mono haga trucos. Para esto, su carcelero le tira de la cadena. Cada vez que tironea, el mono hace algo distinto. A veces salta, otras hace una pose graciosa.
En ocasiones, en lugar de hacer la performance, sólo los acercan a turistas para que se saquen fotos con ellos.
Los monos tienen la expresión derrotada porque, al fin y al cabo, son esclavos. Y también lo son las serpientes.
Luego de este espectáculo, teníamos el ánimo por el suelo, así que regresamos.
Ya en casa, aproveché para buscar información sobre esto, porque pensé "sí, se ve mal, pero quizás haya una explicación para esto, algo que me aclare los tantos y me muestre otra perspectiva".
Sobre ambos animales encontré publicaciones de organizaciones que condenan estas prácticas. Pero así como encontré esto, también hallé videos en YouTube.
Las posturas son tres:
1. Los animales están bien cuidados, son llevados al veterinario, y sus dueños los tratan con amor. Estar en la plaza encadenados es sólo un trabajo, y nadie tiene derecho a juzgar cómo un hombre se gana la vida.
2. Esto es un desastre, no se puede entender cómo alguien puede avalar esto.
3. Ja ja qué graciosos los monitos y las serpientes ja ja.
Yo pienso que es un horror pero, asimismo, entiendo que es muy complicado hablar sobre qué es ético y qué no. Quien piense que lo que está bien y lo que está mal es fácil de determinar, posiblemente tenga grandes dificultades para soportar el día a día en este mundo; igual que los monos y las serpientes de Jemaa el-Fnaa.
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