Adiós, Ástrid
Crucé la calle para buscar a Ástrid, pero no la encontré. Me asomé en dos restaurantes, pero tampoco estaba ahí. Caminé dos o tres veces por la misma cuadra, ida y vuelta, a paso muy ligero, mirando también la vereda de enfrente.
Desesperado y con el pulso a punto de reventarme el pecho, rodeé la manzana completa al trote, y encontré a una chica vestida de negro esperando el colectivo. Me acerqué lo más rápido que pude, porque justo venía el transporte público. Pero no, no era ella.
Frené, suspiré, y decidí volver a la entrada de mi trabajo, sin tomarme licencias en el apuro.
De vuelta en el punto de partida, me apoyé contra la pared, saqué el celular, y la llamé. No atendió ninguna de las tres veces, por lo que le mandé un mensaje preguntándole dónde estaba. Esperé unos minutos, pero... nada. El tiempo pasaba en la pantalla de mi teléfono, pero no recibía ninguna contestación. En la cuadra no aparecía Ástrid, y en mi cabeza todo se derrumbaba estrepitosamente.
¿Por qué no miré bien antes de salir del trabajo, de manera tal que pudiera haber evitado cruzarme con Helena? ¿Por qué no fui más cauteloso? ¿Por qué simplemente no le negué el beso y seguí mi camino?
Ya se había hecho de noche en la ciudad, y tuve un poco de frío. Crucé y me senté dentro de uno de los restaurantes que había revisado previamente, como para poder observar desde la ventana la entrada de mi oficina. La moza, vestida de negro, notó mi ansiedad, y me preguntó si necesitaba un vaso de agua. Le agradecí, y acepté su propuesta, tras lo que también le pedí un café.
Estuve una hora sentado ahí, pero Ástrid no apareció. Tampoco respondió mis subsiguientes mensajes y llamadas. Incluso revisé su perfil en Facebook, pero no había ninguna noticia.
Empecé a creer que, quizás, le había pasado algo grave, y que por eso no tenía su celular a mano. Al fin y al cabo, Ástrid era siempre puntual, y podría haber mil razones por la cual no pudo llegar. No necesariamente tuvo que haber sido ella la chica de negro que esperaba enfrente. Quizás era una camarera tomándose un descanso, o alguien que simplemente detuvo su marcha unos instantes.
Aun así, no podía sacarme la pregunta de la cabeza: ¿Y si efectivamente había visto a Helena darme un beso?
Eventualmente, me fui del restaurante, y me acomodé en mi casa. Todavía tenso, pero menos que antes, volví a escribirle a Ástrid, pero sólo sirvió para acumular más mensajes míos sin responder.
Intenté encontrarla durante las semanas que siguieron.
Al principio le enviaba mensajes por distintas vías todos los días, y luego la llamaba. Pero nunca obtenía respuesta. Luego averigué cuál era el número de teléfono del lugar donde trabajaba, y llamé a la oficina preguntando por ella. Para mi sorpresa, me contestaron que Ástrid había renunciado. Les pregunté si sabían algo más, pero no, les pasó lo mismo que a mí: la perdieron repentinamente.
A esa altura, ya no sabía dónde más buscarla, porque no conocía a nadie que tuviera algún dato de ella, ni tampoco estaba al tanto de los lugares que frecuentaba más allá de su trabajo, si es que había alguno en particular.
En algún momento, busqué la dirección del edificio en que vivía. No tenía la certeza que realmente fuera ese lugar, puesto que en Internet aparece mucha información que no es real pero, por las dudas, pasé tres tardes en la entrada, esperando cruzármela. Tampoco lo logré.
Finalmente, llegó un punto en el que me sentí raro haciendo todo esto, y desistí. Y así, nunca más supe de Ástrid.
Con los meses, mi relación con Helena fue creciendo, y nos vimos con más frecuencia. Mis amigos celebraron esto, naturalmente. No sólo era una chica muy linda, sino que se llevaba muy bien con ellos.
Así fue como comenzamos a salir todos juntos en grupo, y nos divertíamos muchísimo. Helena era fresca y amigable, y no tenía inconvenientes en seguir la corriente ante cualquier situación.
"Nunca podría haber hecho esto con Ástrid", pensé infinidad de veces, como tratando de contentarme a mí mismo, jurándome que este destino fue indefectiblemente mejor... pero no siempre me lo creí.
Es que, por supuesto que no podría haberlo hecho con ella, porque Ástrid podía ver algo que yo nunca terminé de animarme a observar. En su mirada se leían certezas en relación a otras personas, y creo que por eso no se permitía sentirse incómoda.
Ástrid no soportaba estar donde no quería, ni creía tener la obligación crear vínculos contra su voluntad. No le importaba que no querer "integrarse" le costara vivir en soledad.
Esto me quedó más que claro en mi fiesta de cumpleaños, cuando prefirió irse a fumar adentro antes que quedarse escuchando lo que mis amigos y compañeros charlaban.
Ese día realmente intentó volver a ser parte de un mundo que había abandonado, el mismo que yo habito, y del que intenté salir a través de ella. Pero nada la incitó a quedarse ahí, nada de eso era de su interés y, al final, tampoco lo fui yo.
Nunca había conocido a una chica como Ástrid, y quizás nunca la vuelva a conocer, pero en mi cuerpo dejó algo imborrable. Y ahora soy yo el que está lleno de dudas. Ahora soy yo el que no sabe qué hacer.