Fue durante una tarde del 2016, en algún lugar del Oriente. Un mar se había secado y un anciano vigilaba un puerto que ya no existía.
Donde hubo agua, ahora había un desierto en el que dormían barcos oxidados, bañados por polvo de tormenta, bajo designio del viento.
Afligido por la desolación, me apoyé sobre la baranda, y miré el horizonte vacío.
Entonces, inhalé fuerte, y sentí el olor del agua salada y, para mi sorpresa, en uno de mis ojos una gota me salpicó.
El anciano me miraba.
Media hora después, ya consumido por contemplar la nada, saludé al viejo que, antes de que me fuera, me habló en un idioma que no comprendí.
Saqué mi celular, puse el traductor, le acerqué el micrófono y, perplejo, leí su respuesta:
"La mente es nuestro superpoder, si no lo sabés usar, te va destruir"
Lo miré fijamente, y con el traductor le juré que, antes de morirme, hablaría de él.
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