jueves, 13 de agosto de 2020

La gente se va y no vuelve

Pongo la banda que le gusta y nos acostamos a dormir. La cama enorme, vos tan pequeña.

A través de la ventana cruzan las luces de los faroles, tan porteños como artificiales, contrastando violentamente con lo natural de nuestro abrazo. Mientras nos rodeamos, movés tu cabeza sobre mi pecho, y murmurás algunas palabras de amor. El colchón, de a ratos, parece flotar en la inmensidad, ganando altura con cada beso y caricia.


Te pregunto cuánto tiempo nos queda, y me decís “por el resto de nuestros días”. Me cuesta creerlo, no porque mientas, sino porque temo. Que te vayas, que no vuelvas.

Entonces, te soltás y te acomodás para mirarme. Empiezo a tocar tu pelo suave, y tus ojos negros se clavan en mí. Mi cuerpo tiembla otra vez, como la primera vez que te vi, aquella noche donde podría haberme ido, pero me quise quedar. Recuerdo tu sonrisa disimulada cuando te pregunté si no te molestaba que estuviera un par de horas más con vos: “No, no hay problema, quedate lo que necesites”, dijiste, mientras te mordías con picardía el labio inferior, y acariciabas mi mano con timidez. Yo estaba tan feliz.

Ahora, frente a frente, me jurás que lo nuestro es infinito, y que nada nos va a poder separar. “Podemos con todo”, decís, “juntos podemos con todo”, repetís. Me das un beso, y de verdad siento que podemos lograr cualquier cosa que nos propongamos. Ya no me asustan el tiempo y la desgracia, porque estamos los dos en este camino, en parte hecho por nosotros, y otro tanto por el destino.

Al rato se acerca tu gato, y se mete entre nosotros: “Ya somos una familia, ¿no te das cuenta?”, bromeás, y casi me largo a llorar. Es que nunca tuve una o, al menos, no como la tuya. A mí nunca me quisieron por ser como soy, y el mundo se me dio vuelta con tu aparición. En esta vida, te levantaste como mi gran revelación. Me borraste la culpa y el dolor, y me juré que todo lo que vendría sería para mejor.

Sin embargo, hoy volví a despertar entre lágrimas, en mi casa, tan distinta a la tuya, tan fea y vacía, tan falta de cosas lindas. Salí de mi cama, preparé un café aguado, me prendí un cigarrillo, y me pregunté (otra vez) qué pasó.

Es que, yo ya lo sabía: La gente se va y no vuelve, pero nunca creí que te fueras vos.

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