En tu pecho conocí el goce del destino. Por fin sentí que todo estaba escrito, para que nuestras manos se encontraran.
Y en el resto del mundo, nada.
Nada más había que lo que vi en tus ojos: El crisol del universo, cubierto por lengas pinceladas por el viento, que moldea el todo hace millones de años. Incansable e invencible, como vos jugando esta partida, que es la vida misma.
Qué absurdo ser consciente del regalo sagrado de las madres y los dioses. Qué extraordinario castigo es poder pensar, y saber que se vive, y que se muere. Qué tontería es creer que el futuro tiene fechas y horarios.
Qué improbable es habernos encontrado.
Y sin embargo, acá estamos.
Por eso miro hacia vos y me juro que, si está escrito, me quedo.
Y si no lo está, también.
Y si no está escrito lo escribimos. Ailokiu.
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