Patricio envía todos los días mensajes a personas distintas. No le ha ido bien haciendo amigos cara a cara, y por eso apuesta a las redes.
En general, sus mensajes son ignorados o mueren tras dos líneas de diálogo. Patricio no sabe bien qué decir, porque lo que cuenta no parece ser de interés ajeno, y tampoco tiene una honesta curiosidad por los demás.
Su único objetivo es dejar de sentirse solo.
Fantasea con tener una novia que lo quiera, y un amigo que le diga de juntarse los fines de semana.
También sueña con tener una casa propia, pero hasta él sabe que esto es ciencia ficción.
Patricio trabaja en un call center, y sus compañeros se limitan a tolerarlo. Aceptan que esté ahí, pero no le hablan e ignoran sus comentarios, que a veces son incómodos u ofensivos, por más que esa no haya sido su intención.
Al llegar a su casa, se droga con las redes sociales, se masturba mirando pornografía, y a veces juega a algún juego.
Cuando se aburre de alguna de estas cosas, se queda en silencio y, poco a poco, se ahoga en su angustia.
Para dejar de sentirse así, toma alcohol. El vodka es barato y lo adormece. Es su manera de transportarse rápidamente al día siguiente.
Y cuando despierta, se levanta y repite su rutina.
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