viernes, 24 de febrero de 2023

Marrakech 1: No, gracias

Llegamos al aeropuerto de Marrakech, y allí nos dispusimos a entregar un papel sanitario (COVID) muy importante, sobre el que nos insistieron en la embajada que tienen en Argentina, y luego nuevamente en el avión a Marruecos. Quienes sepan de mi vida anterior en Kazakhstán, sabrán cuán importantes son para mí los papeles al cruzar fronteras.

Lamentablemente, cuando decidimos releer el papel para chequear que todo estuviera bien, nos dimos cuenta de que en el de Mariana estaban mal puestas las fechas. Nos debatimos entre si hacernos los boludos y entregarlo, o avisarle a la chica que tomaba la documentación.

Eventualmente nos decidimos por la última opción, a lo que la chica nos contestó: "No se preocupen, da lo mismo". Sonreímos y continuamos caminando, preguntándonos si al final era tan importante este papelito, o si es sólo por cumplir estándares internacionales.

Quizás todos los documentos relativos al COVID ahora sólo vengan de adorno.

Salimos de esa zona y entramos al control de pasaporte. Mariana tenía puesta la camiseta de Argentina, así que facilitó nuestro ingreso al país, que fue rápidamente sellado, con apenas unas pocas preguntas sobre nuestro primer alojamiento. Ser del mismo país que Messi tiene sus ventajas.

Luego fuimos a comprar un chip para tener conexión en Marruecos. Ahí nos atendió una chica muy desagradable, cuya actitud iba en sintonía con la de sus 3 compañeras. El gesto en su rostro era como si nos estuviera haciendo un favor que nosotros no teníamos derecho a pedirle. Sin embargo, lejos de ser un favor, nos cobró rápidamente el chip en efectivo al grito de "no card, only cash, understand?" (“no aceptamos tarjeta, sólo efectivo, ¿entendés?), y fuimos a buscar nuestros bolsos a la cinta con algo de incomodidad.

Ya con las valijas encima, pasamos por el control de rayos-x, y ahí a Mariana le dijeron la frase que más se aprendieron en Marruecos: "Andá pa allá, bobo". Es muy gracioso cuando intentan ser amistosos usando frases de Messi, porque los ves venciendo la timidez de usar otro idioma.

A la salida del aeropuerto, huimos de los taxistas (a quienes intentamos esquivar a como dé lugar), y fuimos a la parada del colectivo número 19 (tras preguntarle a una chica de informes). El 19 nos dejaba en la plaza central (Jemaa el-Fnaa) de la vieja Medina de Marrakech, y desde ahí tendríamos que caminar hasta el alojamiento. 

La Medina es el casco antiguo de la ciudad, usualmente rodeado por una muralla, y está compuesta por calles pequeñas, casi siempre peatonales.

Dentro del colectivo, todos turistas. La mayoría españoles. Apenas iniciamos el tramo hasta Jemaa el-Fnaa, lo primero que vimos fue un tremendo choque de autos, donde uno había quedado ruedas para arriba. Nos emocionamos pensando que lo que vendría sería un desfile de desastres, pero la vista desde la ventana fue simplemente aburrida. Muchas paredes larguísimas, y luego algunos negocios.

Al bajar en Jemaa el-Fnaa, nos encontramos con una pequeña plazoleta verde llenísima de gente, y posteriormente con una plaza gigantesca de baldosas, donde había muchos puestos de vendedores. El sonido por excelencia de esta plaza es una flautita insoportable que usan los encantadores de serpientes para sus actos (pueden googlear "Marrakech snake charmer" para escucharlo).

La sensación al entrar a Jemaa el-Fnaa es la de CAOS ABSOLUTO, todo el mundo va y viene a mil por hora, las motos se te meten por al lado, de repente aparece un auto que no viste venir, y a eso hay que sumarle los vendedores: Por un lado te gritan algunos desde sus puestos; por otro se te acercan los callejeros; y luego te llaman los que están en las cafeterías para que entres.

A esto se le suma lo más problemático: Los estafadores.

Los estafadores son de todas las edades, y la estafa más común consiste en sacarte charla con muy buena onda, preguntándote de dónde sos y adónde vas. Una vez que les das esa información, te quieren "guiar" y, desde ese punto, hay dos cosas que pueden pasar: Realmente te guían y te piden dinero, o no te guían y te llevan a un callejón donde te atrapa un grupo de gente que te insiste en que le des plata (estas cosas las sabemos por haber leído blogs ajenos).

En nuestro caso, ninguna de las dos cosas ocurrió, porque nos empecinamos en decir "LA, SHUKRAM", que es "no, gracias". Sabemos de las estafas porque pasamos muchas horas buscando información al respecto, ya que es una de las mayores ¿atracciones turísticas? de Marrakech.


El camino hasta la casa requería que dejáramos la plaza central, para meternos dentro de la Medina. La manera más sencilla de explicar cómo es caminar una Medina, es decirles que es un laberinto. Calles que parecen céntricas, o que van a algún lado, se acaban de repente, y terminás teniendo que hacer 200 metros en reversa. Los carteles con los nombres de cada calle son escasos, por eso nos guiamos con Google Maps.

Usando la app nos orientamos bastante bien, aunque siempre yendo a las chapas. En Marrakech hay algo seguro: Si estás caminando sin parar, vas a estar bien. El problema es cuando frenás.

El momento en el que parás para mirar el mapa y reorientarte, es el momento en que alguien se te acerca a pedirte dinero o quiere "indicarte" dónde está tu casa. Los que te piden dinero no son como los de Argentina, que pueden ser muy insistentes, pero siempre a una distancia prudente. Acá, en cambio, los tipos te agarran y te tiran de la ropa, y algunos hasta te ponen las manos al borde del bolsillo. Es bastante más invasivo.

En Marrakech, se aconseja no frenar hasta llegar a tu punto de destino.

Tras caminar a toda velocidad durante media hora, finalmente llegamos cerca de donde estaba la casa. Basma, nuestra anfitriona, nos había dicho que era la casa número 48 pero, al llegar al pasillo, no encontrábamos el 48 y, por otra parte, del pasillo que ella nos había indicado se desprendían otros 6 pasillos más.

Por eso la llamé para avisarle dónde estábamos, y dijo que vendría. Mientras esperábamos, vimos un poco de la vida diaria de los marroquíes fuera de la parte comercial, que consta de muchísimos niños jugando. Los nenes juegan al fútbol, y las nenas van en grupo charlando.

Eventualmente, Basma llegó, y yo la saludé torpemente con la mano, siendo que (si mal no entendí) tendría que haberme limitado a saludarla a la distancia.

Basma vive con su mamá, su abuela y su hermano. No usa velo, habla muy poco y te contesta con lo justo.

Nos mostró la habitación, nos acomodamos y, para poder ver un poco más en detalle el barrio sin la interferencia de nuestras valijas, salimos casi inmediatamente.

Fuimos hacia el lado del río, saliendo de la Medina, y con mucha pena nos dimos cuenta que a cada paso nos querían pedir algo. Algunos con tanta vehemencia que casi los pisan las motos que pasaban. A veces nos pedían adultos, pero casi siempre eran niños, a quienes les recitamos nuestro mantra: "La, shukram".

La caminata nos hizo empezar a pensar que nuestro nuevo barrio no es nada turístico, y que acá vienen sólo los marroquíes, a pesar de que estábamos cerca de la curtiduría, un punto de interés turístico menor de la ciudad.

Después de dar esta pequeña vuelta con mucha precaución, encontramos un lugar en donde vendían pizza. Pedimos para llevar, y regresamos al cuarto.

La exploración profunda vendría más tarde.



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