Llegamos al aeropuerto de Marrakech, y allí nos dispusimos a entregar un papel sanitario (COVID) muy importante, sobre el que nos insistieron en la embajada que tienen en Argentina, y luego nuevamente en el avión a Marruecos. Quienes sepan de mi vida anterior en Kazakhstán, sabrán cuán importantes son para mí los papeles al cruzar fronteras.
Lamentablemente, cuando decidimos releer el
papel para chequear que todo estuviera bien, nos dimos cuenta de que en el de
Mariana estaban mal puestas las fechas. Nos debatimos entre si hacernos los
boludos y entregarlo, o avisarle a la chica que tomaba la documentación.
Eventualmente nos decidimos por la última
opción, a lo que la chica nos contestó: "No se preocupen, da lo
mismo". Sonreímos y continuamos caminando, preguntándonos si al final era
tan importante este papelito, o si es sólo por cumplir estándares
internacionales.
Quizás todos los documentos relativos al COVID
ahora sólo vengan de adorno.
Salimos de esa zona y entramos al control de
pasaporte. Mariana tenía puesta la camiseta de Argentina, así que facilitó
nuestro ingreso al país, que fue rápidamente sellado, con apenas unas pocas
preguntas sobre nuestro primer alojamiento. Ser del mismo país que Messi tiene sus ventajas.
Luego fuimos a comprar un chip para tener
conexión en Marruecos. Ahí nos atendió una chica muy desagradable, cuya actitud
iba en sintonía con la de sus 3 compañeras. El gesto en su rostro era como si
nos estuviera haciendo un favor que nosotros no teníamos derecho a pedirle. Sin
embargo, lejos de ser un favor, nos cobró rápidamente el chip en efectivo al
grito de "no card, only cash, understand?" (“no aceptamos tarjeta,
sólo efectivo, ¿entendés?), y fuimos a buscar nuestros bolsos a la cinta con
algo de incomodidad.
Ya con las valijas encima, pasamos por el
control de rayos-x, y ahí a Mariana le dijeron la frase que más se aprendieron
en Marruecos: "Andá pa allá, bobo". Es muy gracioso cuando intentan
ser amistosos usando frases de Messi, porque los ves venciendo la timidez de
usar otro idioma.
A la salida del aeropuerto, huimos de los taxistas (a quienes intentamos esquivar a como dé lugar), y fuimos a la parada del colectivo número 19 (tras preguntarle a una chica de informes). El 19 nos dejaba en la plaza central (Jemaa el-Fnaa) de la vieja Medina de Marrakech, y desde ahí tendríamos que caminar hasta el alojamiento.
La Medina es el casco antiguo de la ciudad, usualmente rodeado por una muralla, y está compuesta por calles pequeñas, casi siempre peatonales.
Dentro del colectivo, todos turistas. La
mayoría españoles. Apenas iniciamos el tramo hasta Jemaa el-Fnaa, lo primero
que vimos fue un tremendo choque de autos, donde uno había quedado ruedas para
arriba. Nos emocionamos pensando que lo que vendría sería un desfile de
desastres, pero la vista desde la ventana fue simplemente aburrida. Muchas
paredes larguísimas, y luego algunos negocios.
Al bajar en Jemaa el-Fnaa, nos encontramos con
una pequeña plazoleta verde llenísima de gente, y posteriormente con una plaza
gigantesca de baldosas, donde había muchos puestos de vendedores. El sonido por
excelencia de esta plaza es una flautita insoportable que usan los encantadores
de serpientes para sus actos (pueden googlear "Marrakech snake
charmer" para escucharlo).
La sensación al entrar a Jemaa el-Fnaa es la
de CAOS ABSOLUTO, todo el mundo va y viene a mil por hora, las motos se te
meten por al lado, de repente aparece un auto que no viste venir, y a eso hay
que sumarle los vendedores: Por un lado te gritan algunos desde sus puestos;
por otro se te acercan los callejeros; y luego te llaman los que están en las
cafeterías para que entres.
A esto se le suma lo más problemático: Los
estafadores.
Los estafadores son de todas las edades, y la
estafa más común consiste en sacarte charla con muy buena onda, preguntándote
de dónde sos y adónde vas. Una vez que les das esa información, te quieren
"guiar" y, desde ese punto, hay dos cosas que pueden pasar: Realmente
te guían y te piden dinero, o no te guían y te llevan a un callejón donde te
atrapa un grupo de gente que te insiste en que le des plata (estas cosas las sabemos por haber leído blogs ajenos).
En nuestro caso, ninguna de las dos cosas
ocurrió, porque nos empecinamos en decir "LA, SHUKRAM", que es
"no, gracias". Sabemos de las estafas porque pasamos muchas horas buscando información al respecto, ya que es una de las mayores ¿atracciones turísticas? de Marrakech.
El camino hasta la casa requería que dejáramos
la plaza central, para meternos dentro de la Medina. La manera más sencilla de
explicar cómo es caminar una Medina, es decirles que es un laberinto. Calles
que parecen céntricas, o que van a algún lado, se acaban de repente, y terminás
teniendo que hacer 200 metros en reversa. Los carteles con los nombres de cada
calle son escasos, por eso nos guiamos con Google Maps.
Usando la app nos orientamos bastante bien,
aunque siempre yendo a las chapas. En Marrakech hay algo seguro: Si estás
caminando sin parar, vas a estar bien. El problema es cuando frenás.
El momento en el que parás para mirar el mapa
y reorientarte, es el momento en que alguien se te acerca a pedirte dinero o
quiere "indicarte" dónde está tu casa. Los que te piden dinero no son
como los de Argentina, que pueden ser muy insistentes, pero siempre a una
distancia prudente. Acá, en cambio, los tipos te agarran y te tiran de la ropa,
y algunos hasta te ponen las manos al borde del bolsillo. Es bastante más
invasivo.
En Marrakech, se aconseja no frenar hasta
llegar a tu punto de destino.
Tras caminar a toda velocidad durante media
hora, finalmente llegamos cerca de donde estaba la casa. Basma, nuestra
anfitriona, nos había dicho que era la casa número 48 pero, al llegar al
pasillo, no encontrábamos el 48 y, por otra parte, del pasillo que ella nos
había indicado se desprendían otros 6 pasillos más.
Por eso la llamé para avisarle dónde
estábamos, y dijo que vendría. Mientras esperábamos, vimos un poco de la vida
diaria de los marroquíes fuera de la parte comercial, que consta de muchísimos niños jugando.
Los nenes juegan al fútbol, y las nenas van en grupo charlando.
Eventualmente, Basma llegó, y yo la saludé torpemente con la mano, siendo que (si mal no entendí) tendría que haberme limitado a saludarla a la distancia.
Basma vive con su mamá, su abuela y su hermano. No usa velo, habla muy poco y te contesta con lo justo.
Nos mostró la habitación, nos acomodamos y, para poder ver un poco más en detalle el barrio sin la interferencia de nuestras valijas, salimos casi inmediatamente.
Fuimos hacia el lado del río, saliendo de la
Medina, y con mucha pena nos dimos cuenta que a cada paso nos querían pedir
algo. Algunos con tanta vehemencia que casi los pisan las motos que pasaban. A
veces nos pedían adultos, pero casi siempre eran niños, a quienes les
recitamos nuestro mantra: "La, shukram".
La caminata nos hizo empezar a pensar que nuestro
nuevo barrio no es nada turístico, y que acá vienen sólo los marroquíes, a
pesar de que estábamos cerca de la curtiduría, un punto de interés turístico
menor de la ciudad.
Después de dar esta pequeña vuelta con mucha
precaución, encontramos un lugar en donde vendían pizza. Pedimos para llevar, y
regresamos al cuarto.
La exploración profunda vendría más tarde.
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