miércoles, 29 de julio de 2020

La piel en la yema

Algunos momentos ya se me van borrando de la cabeza. Te veo al costado de la cama bajo el foco de la luz tenue de tu habitación, leyendo un cuento o confesándome la agonía de tener que vivir con las más oscuras memorias. Pienso que te amo, y que no quiero que te vayas. Siento que podemos juntos, y que el mundo es nuestro.


A veces el tono de voz se te levantaba mientras relatabas, pero no lo podías evitar. Yo soy así también, no sé controlar el volumen cuando estoy de buen humor. Hay gente a la que no le gusta, pero a vos y a mí nos encantaba porque sabíamos que, cuando eso pasaba, era porque estábamos pasándola bien. Teníamos en claro que sólo se vive una vez.

Es gracioso cómo entre vos y yo había una grieta irreparable, pero aun así la saltábamos sin problemas. Tal vez yo era el más susceptible al respecto, pero ni siquiera era mi culpa: No elegí dónde nacer.

Todavía siento tu piel en la yema de mis dedos. Aún me exalto de sólo imaginar el frenesí que nos daba besarnos en cualquier momento, y no poder aguantarnos de llevarlo al extremo.
Cuando me siento muy mal, tengo ganas de que estés al lado mío, para poder revivir ese trance desaforado, aunque sea sólo por un rato. Me aterra pensar que, algún día, me encuentre en la misma cama con alguien con quien no haya pasión. Me aterra pensar que, después de vos, todo sea inevitablemente una mierda.

Y sí. Todas las semanas, desde hace tiempo, me pregunto si pensás en mí. Quiero creer que sí, para no sentir que te rindo homenajes en vano, pero mucho me dice que tal vez me hayas olvidado.

A veces yo quisiera olvidarte, incluso aunque seas uno de mis mejores recuerdos.

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