martes, 21 de julio de 2020

En el avión

-Señoras y señores pasajeros, solicitamos su atención para recordar los procedimientos en caso de emergencia.

Sonó la voz por los parlantes, y enseguida dos azafatas se ubicaron en el pasillo, mostrando cómo utilizar la máscara de oxígeno. La gente comenzó a murmurar.
Una vez que terminaron de mostrar el procedimiento, las empleadas de la aerolínea se dirigieron a retomar su lugar, pero un pasajero puso su mano en el corredor para frenarlas.


-¿Por qué dan las instrucciones de seguridad otra vez? -indagó.
-Es por protocolo, señor. Luego las daremos una vez más -respondió la aeromoza, sonriendo.
-¿Protocolo? ¿Por protocolo dan tres veces el aviso? ¿Y por qué lo avisan por el parlante y no lo hacen directamente?
-Sí, señor, por protocolo -contestó, aún con una sonrisota.
-Yo viajo siempre y suele ser una sola vez.
-Señor, es sólo una formalidad, no se preocupe.
-¿Y por qué habría de preocuparme?

Las dos jóvenes volvieron a su recinto. De repente, una fuerte turbulencia sacudió al avión. Dos bebés comenzaron a llorar.

Un hombre de pelo castaño, sentado en la parte trasera del aeroplano, le habló al que tenía al lado, que era calvo:

-¿Qué raro esto que pasa, no?
-Sí, aunque uno generalmente se preocupa durante el vuelo -contestó el pelado.
-Sobre todo con esa turbulencia -mientras dijo eso, otro golpe sacudió la nave- … y ésta.
-Se me hizo rara la cara de la aeromoza de adelante, la que tiene cara de nena.
-¿Por qué?
-Me pareció obvio que estaba asustada.
-¿Asustada?
-Sí. Creo que el avión se va a caer -sentenció, y se puso a escuchar música con unos auriculares que le cubrían toda la oreja.

Por la ventana sólo se veían nubes, que tapaban todo el paisaje, convirtiendo al trayecto en un viaje por entre la niebla. Una vez más, el vehículo sufrió un agite, pero éste fue mucho más largo que los anteriores.

El hombre de pelo castaño se levantó de su asiento y fue al baño, contiguo al sector de los empleados, donde estaba sentada una de las chicas de la aerolínea.

Allí orinó, lavó sus manos y, durante algún rato, frotó su rostro con agua. Entonces escuchó el sonido de una puerta, y una voz femenina que dijo:

-¿Y? ¿Qué va a pasar?
-No sé, me dijo que capaz zafamos.
-¿Qué significa “capaz”?
-No me hagas mentirte…
-¿Nos vamos a estrellar?
-Sirvámonos un café…
-¡No por Dios! ¡Yo lo sabía! ¡Era obvio que con este clima no se podía viajar! ¡Nos mandaron a morir los hijos de puta! -replicó, casi ahogándose.
-¡No grites, boluda! Que si no te van a escuchar…
-¡Nos vamos a morir, nos vamos a morir! -la chica empezó a llorar. Su compañera intentó contenerla.
-Vamos, hagamos una vuelta de bebidas a los pasajeros. Así nos distraemos.
-¿Por qué no hicimos como las otras dos taradas, que pasaron parte médico? ¿Por qué tengo que ser responsable y no mentir? ¿Por qué soy tan pelotuda?
-Quedate tranquila… -acotó mientras intentaba abrazarla.
-¡Lo peor es que esas dos idiotas van a morir de viejas y yo acá como un carbón!
-Relajate, sé que es horrible esto, pero ya no nos queda otra. Vayamos a repartir las bebidas, así caminamos y nos distraemos.

Su compañera se secó las lágrimas, y accedió sin responder. A todo esto, el sujeto no había salido del baño.

Cuando escuchó el carrito de las azafatas rodar lo suficiente, abandonó el sanitario y regresó a su asiento. Allí sacó un papel medio arrugado, que decía “papá te quiero”, junto a muchos dibujos coloridos, con la firma de una nena.

El calvo sentado a su lado lo vio y, por tener la música a un volumen muy alto, preguntó a los gritos:

-¡¿Eso lo hizo tu hija?! ¡¿Qué edad tiene?!
-Ocho… -respondió, aturdido.
El pelado se sacó los auriculares:
-¿Cuánto?
-Ocho.
-¿Ocho? ¡Qué linda! ¿Va al colegio?
-Sí, está en tercer grado.
-Qué bien, ¿la mandás a un público?
-No, a uno religioso.
-Está muy bien, si no ni aprenden a contar. Además son tierra de nadie los públicos, los valores no existen.
-Sí, no sé realmente.
-¿Tenés alguna foto de ella?
-¡Sí! Acá, mirá -comentó, y le pasó el celular al calvo, que vestía una camisa.
-¡Qué bien le queda el uniforme! ¡Me encanta esa pollerita! Qué lindas piernas tiene…
El otro miró bastante extrañado, hasta que su compañero de asiento concluyó:
-Es una lástima que se vaya a quedar sin padre -le devolvió el celular, y le preguntó a una señora que estaba en la fila que les precedía- ¿Señora, tiene hora?
-Sí, son las cuatro y media -respondió la mujer.
-¿De la madrugada?
-No… -contestó, mientras la luz se colaba por las ventanas del avión- De la tarde…
-Qué raro, habría jurado que era la madrugada, bah, es que me hubiera gustado morir al amanecer.
-¿Se encuentra bien? -consultó la señora.

El sujeto chistó, y habló con bronca:

-La gente como usted me enferma.

Las luces del avión empezaron a sufrir apagones, y el techo no dejaba de temblar. Las azafatas volvieron a dar las medidas de emergencia a los pasajeros, y las máscaras de oxígeno se soltaron de sus compartimentos. El ánimo de los viajantes colapsó, al igual que el de las empleadas, que no dejaban de llorar.

Sonó a través de los parlantes una voz:

-Les habla su piloto, el avión se encuentra en estado crítico. Intentaremos todo lo que esté a nuestro alcance para volver a la normalidad. Quien crea en algo, que rece, pero por favor permanezcan todos en sus asientos, con el cinturón abrochado. Esto evitará incongruencias en el peso del avión, lo que facilitará nuestra tarea. En cualquier caso, ha sido un placer volar con ustedes, y les agradecemos por elegir nuestra aerolínea -añadió, y se cortó la transmisión.

Unos pocos pasajeros se levantaron tras el mensaje, pero rápidamente fueron reprimidos por los demás, que confiaron en las palabras del piloto. Aún en sus asientos, las personas estaban muy consternadas por la situación, reinaba la histeria.

En este contexto, el calvo le habló a su contiguo:

-Menos mal que estamos en el fondo, si no moriríamos como perros ¡Ja ja ja!
-Sí -respondió el de pelo castaño, preocupado, pero no exaltado- ¿Cómo sabías que nos íbamos a estrellar?
-No lo sabía. Hago lo mismo en cada vuelo, más que nada para divertirme y pasar el rato.
-Ah… pensé que también habías escuchado a las chicas.
-¿Qué chicas?
-Las azafatas, cuando fui al baño las escuché decir que el avión se iba a caer.
-Deberías haberme avisado.
-¿Por qué?
-Porque habría hecho otra cosa en este rato, de haber sabido que iba a morir.
-¿Cómo cuál?

A modo de respuesta, el calvo abandonó su asiento y acudió al lado de una chica muy voluptuosa, a la que empezó a manosear y pasarle la lengua. Ella gritaba del pánico.
Los pasajeros se percataron de la situación, pero no atinaron a reaccionar.

-¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Por favor! -exclamaba la jovencita.
-¡Callate! -insistía él- ¡Dejame morir feliz!

Gradualmente la arrancó de su asiento, y la tiró contra el suelo del pasillo, donde la abusó desesperadamente.

Una de las azafatas, la que tenía cara de nena, pasó por encima de la situación, y se sentó junto al hombre de pelo castaño. Luego encendió un cigarrillo.

-¿Se puede fumar acá? -indagó el tipo.
-¿Qué importa? -resolvió ella- ya nada importa.
-Es una locura todo esto, ¿no?
-Sí.
-A esta pobre chica la ataca este loco y nadie hace nada.
-Qué se yo. Por lo menos muere cogiendo. Además, que se joda, si tiene más pinta de trola…
-Pero ella no quiere que la violen.
-Insisto, ¿qué importa? ¿Entendés que voy a morir sin haber hecho nada de mi vida?
-¿Cómo que nada? ¡Llegaste a ser azafata!
-¿Me estás tomando el pelo?
-No, no…
-A ver, ¿vos qué lograste?
-Yo soy ingeniero, estoy casado hace diez años, tengo una hijita muy linda de ocho años, y me preocupa no poder volver a verla si chocamos.
-No te preocupes, en un rato morimos.
-No creo que sea así -replicó, mientras se escuchaba otro fuerte alarido de la mujer que estaba siendo abusada- Basta, voy a ayudar a esa chica.

Inmediatamente se movió hasta la zona de conflicto, y golpeó al calvo en la cabeza varias veces, hasta que se alejó de la jovencita. Quedó tirado en el suelo, y la víctima enseguida intentó volverse a vestir.

Llorando, abrazó al de pelo castaño.

-¡Hay que respetar a las mujeres, imbécil! -exclamó, mirando al agresor- Sos un enfermo y, apenas aterricemos, vas a ir preso, ¡eso te lo aseguro!

Un segundo después, una alarma se encendió, y los que estaban en el pasillo rodaron de golpe hasta la cabina del piloto. Los pasajeros aumentaron sus aullidos, y el avión entró en un estado de turbulencia fuertísima y constante.


Finalmente, se estrelló.



Minutos antes de subir a ese aeroplano, con destino a Roma, una mujer de cuerpo exuberante se despedía de un anciano, al que le agradecía por hacerle una extensión de su tarjeta. Entre risas cómplices, le prometía que no iba a gastar mucho.

Por otro lado, en una esquina del aeropuerto, un hombre calvo hablaba con dos monjas, las cuales le deseaban suerte, y le alentaban: “¡Dale, que ya casi te ordenás, nene!”.
En un sector diferente, cerca de la zona de embarque, un sujeto de pelo castaño abrazaba a una mujer, a la que le decía:

-Te voy a extrañar.
-Yo te voy a extrañar mucho más, te amo, te amo, te amo -repetía, mientras lo besaba varias veces.
-¿Vas a pensar en mí?
-Todo el tiempo, ¿vos en mí?
-Por supuesto.

Del altavoz llamaron a subir al avión.

-Me tengo que ir -lamentó él.
-Andá y hacé que todos se queden boquiabiertos con tu proyecto ¡Sos el mejor, te va a ir genial!
-¡Gracias, te amo! -la besó y dio media vuelta.
-Pará -frenó ella.
-¿Qué pasa?
-¿Cuándo la vas a dejar?

Él hizo una pausa, tomó aire, y explicó:

-Cuando la nena cumpla los 18, ya lo discutimos, no quiero dejarle un trauma de chiquita por el divorcio.
-Faltan diez años, no quiero amarte a escondidas tanto tiempo más. Cuando tu mujer estaba embarazada me prometiste que la ibas a dejar apenas naciera la nena. No quiero esperar más.
-¿Lo hablamos después? Me tengo que subir…
-Sí, pero hablémoslo, por favor…
-No te preocupes, lo vamos a hablar.
-Te amo, no lo olvides…
-¡Yo también!

Se besaron, y él embarcó.



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