martes, 11 de abril de 2023

Los romanos y el Sáhara - Meknes, Volubilis, Merzouga

Luego de Oualidia, fuimos a Meknes. Para esto tuvimos que irnos hasta Casablanca, para luego ir a Rabat (capital de Marruecos), y finalmente a Meknes. 

Todo esto nos llevó aproximadamente 15 horas.


En Meknes nos alojamos con Carlo y La Shayma, su esposa. Carlo es un italiano cincuentón, y Shayma es una marroquí de unos treinta y largos. 

Llegamos a las 8 de la mañana, 3 horas antes del check-in. Primero nos atendió Carlo muy amablemente, que le preguntó en italiano a La Shayma si podía pasarse un trapo a la habitación, a lo que ella le contestó que de muy mala manera que teníamos que pagar 2 euros cada uno por eso, ya que ella no iba a limpiar fuera de horario. 


Como somos argentinos, habrán supuesto que no entenderíamos el idioma pero, debido a las similitudes entre los mismos, comprendimos todo lo que dijeron. Al ver a La Shayma pasada de ira, propusimos dar una vuelta por Meknes y volver a las 11. Carlo agradeció, y La Shayma se calmó. 


Al volver, le pedimos a Carlo si nos podía llevar a Volubilis (es un servicio que ofrece abiertamente), y fuimos al día siguiente. 


Primero arreglamos para ir al mediodía, pero a La Shayma esto no le cayó bien, y empezó de vuelta a quejarse en italiano con Carlo, usando frases que nuevamente entendimos. Al notar el problema, les dijimos que podíamos ir a las 14, que no había drama. Ahí La Shayma relajó,.


Volubilis es una antigua ciudad cartaginesa, que los romanos más tarde renovarían a todo lujo, y la convertirían en una fantástica urbe ubicada sobre una colina. 


A pesar de ser muy prometedora, su relevancia a lo largo del tiempo fue decreciendo, hasta terminar siendo rasqueteada por reinos posteriores que, al ver sus enormes ladrillos de piedra sosteniendo edificios magníficos, llegaron a la única conclusión posible: ROBAR Y DESTRUIR ESTAS MAJESTUOSAS CONSTRUCCIONES. 


El paseo por Volubilis es algo que veníamos palpitando desde Argentina, ya que es una ciudad bastante grande y conservada lo suficiente como para ser atractiva de ver. La tranquilidad de la zona (lejos de las ciudades) y la increíble vista panorámica que ofrece al estar sobre una colina, hace que puedas tener una caminata tranquila e inolvidable. 


Luego de romanear un poco, volvimos a Meknes y sacamos un pasaje para ir a Merzouga, la ciudad del desierto del Sáhara. 


Para llegar, viajamos unas 10 horas en uno de los micros más incómodos que podríamos haber tomado. En Marruecos hay 2 empresas muy conocidas de micros de larga distancia: CTM (la del rey) y Supratours. 


Cada una tiene sus pro y contras.


CTM tiene micros más cómodos, pero suele ser impuntual (por varias horas).

Supratours es ultra puntual y tiene WIFI en sus formaciones, pero los espacios entre asientos son diminutos. 


Llegamos a Merzouga a la mañana, y lo primero que vimos fue una enorme duna detrás del pueblo, a la que le seguían otras más pequeñas. 


Primero tomamos un té en un cafecito que había al lado de la ruta. Ahí dejamos de recuerdo un billete de 100 de Evita, por si querían exhibirlo junto a otras monedas que tenían de China y no sé qué otros países.


Tras el tecito, emprendimos la ruta hacia el desierto.


La entrada al Sáhara es gratuita y se hace sin permiso. Eso sí, a tu propio riesgo. 


Lo primero que ves es una llanura cubierta por arena y, a medida que avanzás, se van alzando las dunas, cada vez más altas. La más llamativa es "La gran duna", que es absolutamente enorme y no sé si es posible subir (tampoco lo intentamos).


Caminar sobre las dunas es un ejercicio entre mediano y difícil, y la realidad es que buena parte depende del viento. Sí, caminar sobre este terreno es una tarea ajetreada, pero el viento lo puede hacer mucho más complicado porque termina atacándote con millones de granos de arena a alta velocidad.


El paisaje, a pesar de esto, es encantador: Miles y miles de dunas que parecen no tener fin. 


El desierto del Sáhara era un sueño que tenía pendiente, y finalmente lo pude cumplir. Fue una alegría inmensa poder estar ahí, y jamás lo olvidaré. 


Como nos quedaban algunas horas, fuimos al centro de la ciudad. En ese tramo, un tipo con una camioneta nos saludó y nos preguntó algunas cosas. Nos saludamos y agradecimos su amabilidad, pero él tenía más cosas para decir.


Primero nos ofreció un tour en camioneta, después otro en cuatriciclo, y dos o tres cosas más. A todas le dijimos que no, y se lo tomó bastante mal (esto es una reacción común en Marruecos, son abiertamente hostiles si no comprás lo que te ofrecen).


Continuamos caminando hacia el centro de Merzouga y, cuando paramos a mirar un local de comidas, el mismo tipo nos encerró con su camioneta y nos llamó. 

Mariana salió disparada para el lado contrario, y yo quedé mano a mano con el tipo, que me dijo que probara té con hierbas del desierto. Le dije que sonaba delicioso, y que tal vez lo probaría. "Ah, ¿entonces sí querés? Dale, vamos, subí", replicó inmediatamente. Le dije que no, que no lo haría, le sonreí, y me fui. 


No volví a ver su reacción, pero seguramente se enojó otra vez. 


Dimos unas vueltas, y notamos que todo era bastante caro, así que caímos en el local más barato que encontramos que, por supuesto, estaba alejado del centro. 


Ahí pedimos un desayuno y un omelette bereber (que tiene queso, picante y tomate). El muchacho que atendía tardó 45 minutos en preparar nuestro pedido, pero luego nos dimos cuenta que la demora se debió a que él estaba también atendiendo un kiosco al lado, además de estar trabajando él solo en el restaurante. 


Incluso así de sobrecargado, preparó la mesa como si fuéramos a tener una cena romántica, y luego le agradecimos por su consideración, ya que nos pareció muy amable de su parte.


Más tarde, vagamos nuevamente por el desierto, pasando por la parte de piedras negras (una planicie interminable llena de piedras negras) y regresando a las dunas, donde no pudimos adentrarnos por segunda vez, dado que el viento estaba imposible. 


Eventualmente, llegó la hora de ir a la terminal, y nos tomamos el micro. 









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