domingo, 4 de octubre de 2020

Barro y arcilla


Mi abuelo Alejandro era un hombre de muy pocas palabras. No disfrutaba la conversación sin un propósito en particular, y despreciaba el uso metáforas, analogías o indirectas.

Una vez escuchó a mi papá decirme que un piloto era como un chofer de colectivo pero que, en vez de viajar por tierra, lo hacía por el aire. Mi abuelo entonces interrumpió y le dijo que me estaba enseñando tonterías porque "un colectivo no es lo mismo que un avión". Mi papá lo miraba con hastío. No se llevaban muy bien. 

Desde que había muerto mi abuela Elvira, íbamos a visitarlo con más frecuencia pero, inevitablemente, en cada reunión surgía un reclamo: Mi abuelo estaba enojado porque ni mi papá ni mi tío fueron a verla al hospital en sus últimos días. 

Alejandro y Elvira, luego de que sus hijos formaran su propia familia, hicieron muchos viajes por Argentina. A ambos les gustaba coleccionar objetos de barro o arcilla. En la cocina guardaban las teteras, vasos y platos de este material, y en el living tenían una vidriera exhibiendo estatuillas y otras composiciones más extravagantes. 

Cuando pasaba tiempo con él, siempre me contaba la historia de alguno de estos objetos. A veces se olvidaba y me contaba la misma varias veces, pero no me molestaba. Particularmente me fascinaba una tetera con forma de animal, que siempre usábamos para tomar jugo mientras comíamos galletitas. 

"Estas cosas duran miles de años", me decía, y entendí que no hablaba de las galletitas. 

Mi abuelo se reía cuando era muy insistente con que me mostrara su colección, y me decía que si él hubiera sido tan insistente de niño, su madre Hilda le hubiera partido la cara. 


Lamentablemente, hubo un día en que las peleas entre mi papá y mi abuelo se hicieron insostenibles. Los dos se reclamaban cosas mutuamente, y nunca llegaban a pacificar la situación. Alejandro, además, ya estaba un poco fuera de sí, y se ponía agresivo fácilmente. 

Luego de un gran griterío, mi papá le dijo que merecía morirse solo, y esa fue la última vez que vi a mi abuelo. 


Tres semanas después, Alejandro murió. 


Aparentemente, intentó subir al techo para arreglar unas tejas pero, en un mal movimiento, cayó y se reventó la cabeza contra el piso. El que lo encontró fue mi tío, que había ido a visitarlo para pedirle que se fuera a vivir a un geriátrico, así podían vender la casa junto con mi papá. 

Ya con mi abuelo enterrado, acompañé a mi papá a vaciar la casa. Entre tantas cosas que empezó a meter en una bolsa negra, vi que agarró la tetera que me gustaba. Con indiferencia la tiró adentro y, sin dudar un segundo, la pisó hasta hacerla pedazos. Después se acercó a la vidriera, metió todas las piezas en esa misma bolsa, y las pisó también. 


Tras dudar un instante, le pregunté por qué las había roto, y me dijo que era porque no quería gastar en bolsas de consorcio. "Si las rompo ocupan menos lugar", me explicó y, en silencio, vi cómo las terminaba de destrozar.


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