viernes, 22 de abril de 2016

Ástrid - Parte 9

La carta de Ástrid



Fui caminando hasta la avenida, y tomé un taxi, mientras no podía dejar de pensar que ese beso había sido mi culpa. Fui yo la que aceptó ir a su cumpleaños, fui yo la que lo coqueteó, y fui yo la que no le corrió la cara. ¿Y ahora qué va a pasar? Si a mí nada de esto me importa, si en esta vida que llevo hace rato que no hay lugar para ingenuos del enamoramiento.






Me apena un poco que me haya dado la mano, quizás él esperaba algún vestigio de empatía de mi parte. Es que para mí un beso no significa nada, pero que me den la mano, que me miren con ternura, o que me abracen diciendo que van a acompañarme en mis miedos tiene connotaciones distintas. No me da igual quién lo haga, y no puedo fingir una conexión que no es tal.

Quizás no debería haber dejado que se acercase tanto. Al fin y al cabo, esta situación no podría terminar más que en una torpe despedida: Él enojado conmigo por mi indiferencia, y yo olvidándolo rápidamente. Como siempre, como con todos, porque ya supe lo que es estar enamorada y, desde entonces, todo lo que hago sin amor me sabe a poco.

Amé a alguien antes, pero se fue. Sus ¿sueños? lo alejaron de mí, y tuve que entender que no iba a poder estar junto a él. Nunca fui gran cosa, y nunca quise serlo, excepto aquella vez. Ese hombre me hizo creer que era posible verme reflejada en este mundo, que no estaba sola… Pero el tiempo probó que estaba equivocada.

Todavía guardo la carta que le escribí, tiempo después de que se marchara:

“La última vez que te vi, en esa plaza horrible, tuve una rara impresión. Vos tenías un gesto muy forzado, como de alguien que se guarda las cosas.
Lo primero que me dijiste fue que no te gustaba que te preguntara qué te pasaba. Me sentí una tonta, porque yo sólo quería saber cómo ayudarte, para hacerte sentir un poco mejor. No te lo dije en ese momento porque me puse nerviosa, como ahora, escribiéndote estas palabras.
Hablaste poco ese día, y pensé que te habías enojado. Algo estaba palpitando. Y después me partiste en mil pedazos: Te pregunté si querías que nos diéramos un beso al despedirnos, y me dijiste que no. Y nunca más te vi.
Desapareciste de mi vida de un día para el otro. Dudé, dudé, y dudé. Y tiempo más tarde supe que te fuiste a vivir al exterior porque tu novia consiguió un trabajo, y que no ibas a volver. ¿Por qué no me avisaste? ¿Por qué negaste mi existencia?

Ya no puedo llorar, no me quedan fuerzas para eso, pero sigo pasando horas y horas fumando en el balcón, soñando con que algún día vuelvas en uno de los aviones que cruzan la ciudad.
¿No es curioso? La gente imagina las cosas para “algún día”, como si las decisiones dependieran mayormente del azar. Como si no pudiera irte a buscar a donde estás, y preguntarte por qué me silenciaste así.

A veces, termino pensando que las personas hallan una belleza desgarradora en la destrucción: una mezcla de poder y violencia, como la que elegiste plasmar en mi alma, como si hacerme trizas fuera un hermoso espectáculo.
Ahora cuando me despierto miro al techo, e intento convencerme de que vos te quedaste conmigo y en un rato nos vamos a levantar para desayunar, creyendo que, de tanto dar vueltas entre las sábanas, voy a terminar encontrándome entre tus brazos. Extraño tu risa, dormir en tu pecho, escucharte hablar…

Todavía te quiero ir a despedir al aeropuerto, como si estuviera trabada en ese día, como si el reloj de arena se hubiera detenido, o si el sol no hubiera vuelto a salir. Quisiera besarte una última vez, fundiéndome en tus labios suaves, sintiendo tu lengua dentro de mi boca, acariciando tu espalda con una mano, y tomando tu cuello con la otra.
Sólo después de eso quisiera morirme, porque no merezco seguir viviendo con este dolor. Yo intenté ser feliz, de verdad lo intenté.


Ástrid”.

Nunca se la envié. Me pareció que iba a ser lo mejor para mí, y también para él. No puedo intentar cambiar qué siente el otro hacia mí, y por eso no quise buscar hacerlo en una situación tan delicada, donde jugaban tantos sentimientos. Simplemente la guardé en un Word, para recordar quién era yo entonces.

Él, en cambio, sí me mandó una carta (un año más tarde), pero disculpándose. Lamentablemente, para el momento en que me la envió, yo ya había dejado de perdonar hace tiempo.


Nada es lo mismo después del amor.



PARTE 10 https://www.tomasbitocchi.com/2016/05/astrid-parte-10.html






3 comentarios:

  1. Otra vez me siento muy identificada con Astrid, qué linda, ojalá conociera a alguien así.

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  2. Por Dios ! Que identificada. Es bueno saber que no soy bicho raro sin amigos/as y sin ganas de sociabilizar.. Me atrajo mucho.

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