martes, 19 de abril de 2016

Ástrid - Parte 8

Una experiencia única


Ástrid llegó vestida de negro, calzando zapatillas azules. Su pelo negro brillaba a la luz de los faroles, y en su mano reposaba un cigarrillo. Abrí la puerta y me saludó:

-Feliz cumple.
-¡Gracias! -contesté- ¿Entramos?
-Bancame, que termino el pucho -respondió.
-Mirá que arriba hay balcón, podés fumar ahí.

Ástrid me fulminó con su mirada: “Lo termino acá”, insistió, y no se movió de su lugar. Ante esta situación, cerré la puerta del edificio, y me quedé junto a ella en la entrada.




-¿Cuánta gente hay? -preguntó ella.
-No sé, poco más de veinte -calculé.
-¿Y qué están haciendo?
-Algunos charlan, otros preparan tragos, y el resto baila.
-Está bien -comentó, mientras tiraba el cigarrillo, y amagaba a prender otro, un tanto temblorosa.
-¿Qué pasa, Ástrid? -le pregunté, tomándola suavemente del brazo.
-Hace mucho no veo tanta gente junta en situación de ocio.
-¿Tenés miedo?
-Sí, no confío mucho en lo que estoy haciendo -explicó, a la vez que efectivamente encendía un nuevo cigarrillo.
-¿Por qué lo decís?
-Porque no estaba segura de venir, y realmente sigo sin estarlo. No creo que dé el perfil para este tipo de juntada que armaste.
-Ástrid, te prometo que voy a estar cerca tuyo toda la noche -le aseguré, mirándola a los ojos.
-Yo no quiero eso. Lo único que necesito es tener la libertad para irme cuando quiera -arrojó, desestimando mi propuesta.
-Eso ya lo tenés.
-¿Seguro?
-Sí, eso va por cuenta tuya.
-O sea que, si me quiero ir en diez minutos, vos vas a abrirme la puerta sin problema.
-Eh… Bueno, si así lo quisieras, sí.
-Genial, entonces -celebró, dándole otra pitada a su cigarrillo.
-¿Entramos? -apuré, gentilmente.

No contestó, tiró su cigarrillo, y se dispuso a ingresar conmigo. Abrí la puerta, y entramos al ascensor. Mi amigo tenía su departamento en el piso 16.
Durante el ascenso no dije nada, pero miraba a Ástrid con mucha curiosidad. Ella parecía sorprendida por el trayecto del elevador.

-¿No tenés ascensor en tu edificio? -pregunté, como para sacar conversación al respecto.
-Sí, hay, pero no tiene esta iluminación. Fijate cómo se van colando por las pequeñas rendijas algunas luces externas.
-Ajá… -asentí, como buscando lo que me estaba describiendo.
-La intermitencia de estas luces hace parecer que el ascensor va mucho más rápido, como cuando uno parpadea a mucha velocidad.
-Nunca lo había pensado así -acoté.

De repente, Ástrid miró hacia el techo y balbuceó:

-No hay nada que desee tanto ahora como que este ascensor vaya cada vez más y más rápido, al punto tal que se escape de este edificio, y flote aunque sea unos segundos en el cielo, para después llevarme a mi casa.

No contesté. ¿Qué podría decir ante algo así? Simplemente observé cómo terminó bajando la mirada hacia sus pies, y luego cerró los ojos hasta que llegamos al piso indicado. Una vez allí, pasamos al departamento.
Ástrid me siguió, pero no pude escuchar si saludó a las personas que estaban dando vueltas en la casa. Creo que simplemente me escoltó en silencio hasta el balcón. Allí la presenté:

-Chicos, ella es Ástrid.

Todos la saludaron al unísono, y continuaron la conversación normalmente.

Diego comentaba sobre el viaje que hizo al Caribe con sus primos, contando qué distintas eran las fiestas allá, en relación a las que tenemos en Buenos Aires. “Allá no se andan con vueltas, ni las minas ni los tragos, ja ja”, bromeaba, mientras las chicas se reían, y mis amigos también.
Después de relatar su viaje, mis compañeras de trabajo contaron el suyo. “No sabés lo lindo que es Miami, con razón todos quieren ir ahí. Es un paraíso. Europa está bueno, pero Estados Unidos tiene algo especial, y New York ni te cuento. Es la capital del mundo, pero total, eh, me encantaría vivir ahí”, decía una de las chicas mientras se ponía la mano en el pecho, como conmocionada por su vivencia.
Nacho no se quiso quedar atrás, y contó la travesía en crucero que hizo con Martín. Diego y yo no fuimos porque no nos dieron las vacaciones en esa fecha, pero ellos la pasaron bárbaro. “Minitas, alcohol, fiesta. Todo junto, todo el tiempo. Es la tierra prometida. Una experiencia de una sola vez en la vida”, juraba Nacho.




Cuando las anécdotas individuales se agotaron, Diego sacó a la luz nuestro viaje de egresados, y todas las cosas que pasamos. Algunas historias me dieron vergüenza pero, al fin y al cabo, eran divertidas, como todas las cosas que nos pasan cuando somos chicos.
A pesar que estuvimos hablando más de una hora, entre trago y trago, Ástrid no dijo ni una palabra, y tampoco tomó ninguna bebida.
Recién pasado ese rato largo, encendió un cigarrillo, pero una compañera de trabajo la interrumpió:

-Ay, disculpame, a mí el humo de cigarrillo me hace re mal. ¿Te jode si lo prendés después?

En respuesta, Ástrid lo apagó, pero continuó sin hablar. Apenas un momento después, me susurró al oído: “¿Puedo fumar adentro?”. Entonces me acerqué a Martín, le pregunté si se podía y, con gesto de desaprobación, me dijo que sí.

Ástrid abandonó el grupo y enseguida cayó la pregunta de Diego:

-¿Qué onda esta Ástrid?
-¿Cómo “qué onda”? -contesté.
-Ay, esa chica, ¿viene de un funeral? -preguntó una de mis compañeras, irónicamente.
-Ja ja, remera negra y pantalón negro, y yo vestida así… me siento una trola -agregó otra compañera, vestida de remerita corta blanca, pollera ajustada negra, y zapatos con plataforma.

-Che, posta: ¿Qué onda la piba? No habla nada -consultó Nacho.
-Y fuma adentro de la casa… -agregó Martín, con mal gesto.
-Ella es callada, no suele decir mucho -acoté.
-¿Es lesbiana? -lanzó la misma compañera que bromeó con lo del funeral.
-No lo sé… -respondí, dándome cuenta que realmente no lo sabía.
-¿Cómo no vas a saber? -preguntó Diego- ¿Tiene novio?
-No, no tiene -aseguré.
-¿Y por qué no vas a llevarle un trago ahora que está sola en el sillón? No tomó nada -sugirió Diego.

Tras pensarlo un instante, le contesté con un gesto de afirmación, a lo que la ronda aplaudió y arengó deseándome “suerte” con ella, dejándome bastante en evidencia. Fui a la cocina, llené dos vasos, y me senté con ella.

-¿Cómo la estás pasando? -indagué.
-¿Teniendo en cuenta la charla infinita de recién? Normal. La estoy pasando igual que en cualquier otra fiesta.
-¿No te gusta el ambiente?
-Me hace acordar a cuando era chica, y nos juntábamos en la casa de algún compañero para hacer un “asalto”. Éramos re chiquitos, y yo ya me sentía muy lejos de tener ganas de compartir cosas de ese tipo. Creo que al primero que fui teníamos 12 años. Lo odié, lo odié muchísimo.
-¿Por qué?
-Por la misma razón que ahora. Nada de lo que pasa atrapa mi atención. Absolutamente nada. Ni la conversación de tus amigos recién, ni la música que está sonando, ni la bebida verde que me trajiste, ni la puesta en escena de todas las chicas y chicos vestidos en serie. Parecen salidos de una juguetería, todos con la misma ropita.
-Pero su ropa no los define, tienen personalidades muy distintas.
-Sé que no los define, de hecho, creo que la ropa es sólo un espejismo de lo que quieren ser. Alguna vez yo también intenté vestirme como todos.
-¿Y qué pasó?
-Lo que te dije recién. Me sentí lejos. Tenía su misma ropa, pero no sus mismos intereses. Las chicas me hablaban de chicos, y los chicos querían que les hiciera onda con mis amigas. Y si decía que no quería hacerles “gancho”, se tiraban el lance conmigo.
-Es que seguro les interesabas…
-A mí eso de lanzarse porque sí me suena más a satisfacer su necesidad de mostrarse… ¿Machos? No sé, no sé por qué a los hombres les enseñan que el sexo es una herramienta para mostrar superioridad frente a sus pares, según qué número y tipo de mujeres se hayan cogido. Tampoco sé por qué daba o sigue dando igual encamarse con una chica o la otra -cuestionó, tras lo que dio un sorbo a su vaso.
-Nos crían con muchas inseguridades a todos, creo que por eso nunca decimos las cosas que pensamos y sentimos, y terminamos haciendo cosas como esas, tirándole onda a cualquier chica, fingiendo que nos interesa alguien que en realidad no…
-¿Ves? Yo ya me fui de ahí. No tengo más interés en reírme de cosas que no me dan gracia, de intentar caerle a bien a personas que me dan sueño, o de prestar atención a temas banales o problemas que se acabarían simplemente con intentar solucionarlos.
-¿Nada de acá te llama la atención?
-No.
-¿Yo tampoco?
-¿Por qué te pensás que vine? -replicó, evitando mi mirada.

Me sonreí un poco, quizás ya coqueteado por los muchos tragos que había tomado, y no atiné a contestar.




-Tenés linda sonrisa -dijo Ástrid.
-Vos también, pero nunca te reís.
-Vos me hacés reír.
-También te hice enojar alguna vez…
-Sí, pero prefiero pensar que podés hacerme reír más de lo que podés enojarme -dijo, dando otro sorbo a su bebida.
-¡Te tomaste un trago y ya te volviste optimista! Ja ja…
-Me dijiste que era un día importante para vos, así que intento que la pases bien.
-Me encanta que hayas venido. Pensé que no ibas a aparecer.
-Aparecí porque quería darte una experiencia única, como las que tuvieron tus amigos en Miami, el Caribe…
-Ja ja, sos mala, eh.
-¿Con vos alguna vez fui mala? -preguntó, apagando su cigarrillo.
-Sólo un poquito, pero creo que lo hacés porque te caigo bien.
Ástrid calló abruptamente, mientras yo la observaba casi cayéndome sobre ella, hasta que interrumpió:
-¿Me abrís?
-¿Ya te vas? -lamenté, sorprendido.
-Sí, no tengo nada más qué hacer acá.
-Uh… bueno, te abro.

Supuse que ella no tenía el menor interés en despedirse de mis amigos, así que simplemente nos levantamos y salimos del departamento. El viaje en ascensor fue en silencio, pero ella estaba mucho más relajada que a la ida.

Finalmente, abrí la puerta, y quedamos en la entrada del edificio, ya desierta a esa hora.

-Bueno, de verdad, gracias por haber venido -le dije, despidiéndola.
-De nada, espero que la sigas pasando bien. Ahora voy para la avenida y me tomo un taxi -contestó ella.

En ese momento, antes que se fuera definitivamente, me acerqué y la abracé. Ella parecía estar de acuerdo con eso, puesto que apoyó su cabeza sobre mí. Entonces, le di un beso en la mejilla. Y después le di otro. Y uno más.
Luego nos separamos apenas del abrazo. Ella miraba hacia un costado.

Yo estaba con el pulso a mil por hora, así que decidí tomar la iniciativa: Agarré su rostro, busqué su mirada, y le di un beso en los labios. Ella no atinó a abrir la boca, pero tampoco intentó salir de la situación.
Pocos segundos más tarde, concluimos el beso, y la tomé de la mano, tratando de encontrar algo para decirle. Sin embargo, Ástrid miró extrañada cómo mis dedos sostenían los suyos.


Tomó aire, me dijo “Feliz cumpleaños”, y se fue.




PARTE 9 https://www.tomasbitocchi.com/2016/04/astrid-parte-9.html



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