lunes, 30 de agosto de 2021

Nazareno Cruz y mamá

“¿Qué es lo que está mal con este mundo?”, preguntó mi hermana, que tenía 9 años entonces, a Roxana, nuestra madre.

Mi mamá hizo un gesto de ignorancia. El mar arremetía contra la playa en aquel día nublado. “Todo. O casi todo, tal vez”, atinó a decir, poco convencida. Eran nuestras primeras vacaciones en muchos años.


Roxana hablaba poco y se enojaba con facilidad. Trabajaba todo el día y, el fin de semana, nos sacaba a pasear a la tarde. “A ver si así se cansan”, nos decía, bromeando. Luego, a la noche, se abría un vino y se ponía a ver la película “Nazareno Cruz y el lobo”, que era el único VHS para adultos que tenía.


Mi mamá era rubia y hermosa como Griselda, la protagonista de la película. Mi papá, Julio, era un morenazo entrador como Nazareno.


Que el mundo te juzgue hermoso te otorga un poder con el que renegás o florecés. Mi mamá renegaba, mi papá florecía.

 

Desde que tenía 11 años, a mi mamá los hombres ya le habían puesto el ojo, sobre todo sus primos y tíos. Esta atención le disparó un profundo rechazo por la atención masculina.  

Mi papá, en cambio, gozaba de alegría estando entre mujeres. Era gracioso, fuerte, alto, y trabajador. Para las chicas de su época, era un marido ideal.

 

Mis viejos se conocieron en un festejo de Navidad del barrio. Mi papá le convidó empanadas a mi mamá y, con esa excusa, se le quedó hablando. Roxana quedó enamoradísima, e hizo todo lo posible para volver a encontrárselo.


No mucho tiempo después, se casaron. Antes la gente tomaba decisiones con mayor velocidad y menos argumentos.

 

Papá siempre fue mujeriego, y nunca dejó de tener amoríos por doquier. Mamá lo sabía, pero se contentaba con la idea de que él siempre la terminaba eligiendo a ella. El más deseado por todas sus amigas y vecinas la eligió a ella para formar una familia.

Julio, pensando que no habría consecuencias, empezó a traer mujeres a nuestra casa, y mi mamá no se lo perdonó. “Ni siquiera te agarraste una más linda que yo, hijo de puta”, fue lo último que escuché que le gritó. Mi papá huyó una noche, echado por mi mamá, y nunca más volvió.

 

Meses más tarde, volvíamos de la escuela, y un hombre esperaba en la vereda de enfrente. Yo miré y creí ver a Julio, pero Roxana nos metió rápidamente en la casa. “Mamá, ese era papá”, le dije, y me despachó: “Es el vecino, hijo, vamos, dale”.

 

Lo mismo pasó un par de veces más y luego, casualmente, mi mamá decidió que nos mudaríamos a otra ciudad. La elección fue un balneario en la costa bonaerense. Tranquilo, lejano, inmutable, salvo por las tormentas.


Allí aprendí que el mar es frontera e infinito. El agua te devora sin piedad. El tiempo hace lo mismo, aunque muy lentamente.

 

“¿Por qué está todo mal?”, repreguntó mi hermana. “Porque nadie respeta nada. Todo vale lo mismo. Ya no hay amor ni compromiso, sólo se busca el goce sin sentido”, aseguró mi mamá, y mi hermana miró perpleja. “¿Qué es ‘goce’?”, insistió su hija, y mi vieja le explicó. “¿Por qué disfrutar está mal?”, continuó mi hermana.

“No está mal disfrutar, pero hay que cumplir reglas y encargarte de tus responsabilidades antes. Yo nunca disfruto porque no me queda tiempo pero, si lo tuviera, sería más que merecido. No como otros, que gozan y no se hacen cargo de nada”, determinó y, ante el amague de mi hermana de otra pregunta, nos dijo que agarráramos nuestras cosas para ir a casa: “Está por llover, vamos”.

 

Esa noche, Roxana volvió a ver “Nazareno Cruz y el lobo” mientras tomaba un vino, y yo me senté al lado suyo. “Andá a dormir”, me dijo, y yo le pregunté por qué miraba tantas veces la misma película.

 

-La vi cuando era chica en el cine y me quedó grabada. Es mi película favorita -explicó.

-Ah, ¿y por qué mirás tantas veces algunas escenas?

-Porque tu papá me miraba así, con esos ojitos de amor a primera vista. Me hace acordar a él. Era tan dulce Julito, ojalá pudiera volver el tiempo atrás.

-Ma...

-¿Qué le costaba ser más discreto? ¿Por qué no podía estar sólo conmigo? Podría haberme casado con quien quisiera, ¿y sabés qué? Me casé con él porque lo amaba, y así me pagó, trayendo a sus putas a casa.

 

Ante el insulto, miré sorprendido.


-Andá a dormir, que es tarde -me dijo, con mala onda.

-Ma...

-¿Qué? ¿Qué querés?

-¿Podemos volver a ver a papá un día? Lo extraño.

-No. Nunca.

-¿Y cuando seamos grandes?

-Ahí ya no puedo impedirlo pero, si lo hacés, nunca más vuelvas a hablar conmigo.

-Los papás de Santiago están separados y él puede verlos a los dos.

-Tu papá es un traidor. No voy a dejar que te juntes con traidores. Ni vos ni tu hermana. Andá a dormir, te dije.

 

Me fui a dormir, y mi mamá siguiendo viendo la película. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario