sábado, 8 de septiembre de 2018

Aurora boreal

La aurora boreal es como un pokemón raro. Puede ser que a la primera que salgas a dar vueltas te la encuentres, o quizás tengas que caminar miles de pasos hasta poder hallarla. Igual que muchos pokeraros, la aurora también suele huir al poco tiempo de ser vista.


Le pregunté a Merethe, la mujer que me hospedaba, dónde me recomendaba ir a buscarla. “Bueno, desde la entrada de la casa vas a poder ver un poquito, pero no con la misma claridad que desde el bosque”, me explicó.

-¿El bosque? –pregunté.
-Sí, tenés que ir al este de la ciudad, siguiendo la avenida principal. Eventualmente se convierte en ruta. Pero cuidado, es de tierra y hay mucho hielo –continuó, mostrándome en un mapa.
-Sí, ayer fui, pero caminé unos mil metros y me volví, porque me agarró paranoia. No sé qué hay dentro de los bosques noruegos.
-Sólo tenés que preocuparte si escuchás aullidos.
-¿Qué? ¿En serio me decís?
-No te asustes, no creo que te pase nada.

Sin lograr entender si su comentario había sido un chiste, esa misma noche me abrigué hasta el tímpano y caminé hacia el bosque. Algo de aurora se veía detrás de Tromso (varios kilómetros al oeste), que era justamente el lado contrario hacia el que estaba encarando. Como suelen aparecer un ratito y después cambiar de ubicación, me la jugué con mi ruta.

Enfilé por la avenida, hasta que se hizo calle de tierra. Caminé los últimos 400 metros de iluminación (siempre evitando patinarme y quebrarme el cráneo), y llegué al final del camino. Ya no quedaba ningún farol, y la vereda hace rato había desaparecido; mi única luz ahora era la de la luna, intensa como pocas veces la había visto.

Caminé, caminé y caminé. No sé cuánto tiempo ni cuánta distancia, pero en medio de la oscuridad todo parece muchísimo más extenso. Fue como entrar a un cuarto con la luz apagada. Hasta que no la encienden, los límites de la habitación son imprecisos, como si vagaras en el espacio infinito.

Cuando sentí que ya me estaba yendo demasiado lejos, frené. Primero saqué mi celular para iluminar lo que me rodeaba, y me encontré con nada más que árboles. El cielo estaba despejado casi por completo, y su brillo contrastaba perfectamente con las siluetas del bosque. Tétricas, pero hermosas.

Esperé veinte minutos, quizás media hora, a que algo ocurriera sobre mi cabeza. No tuve éxito. Tenía un espectáculo precioso frente a mis ojos, pero no había aurora boreal. Un poco terco, aguanté diez minutos más, pero nada pasó, por lo que decidí continuar la marcha.

Apenas di mi primer paso, un viento helado y fuertísimo me pegó de frente durante algunos instantes, y tuve que frenar. El bosque comenzó a silbar, y la atmósfera se volvió pesada. Se oía la corriente entre los troncos, las ramas rechinando, y algún que otro sonido que no pude identificar.

De repente, el viento cesó, y las copas de los árboles lentamente se tiñeron de una leve luz verde. Algo estaba pasando.

Detrás de la montaña, brotaron flamas fluorescentes que se esparcieron sobre el firmamento, para confluir en un solo arco que cruzaba la ciudad de norte a sur. Pronto el fuego nocturno aumentó su densidad, y del arco se desprendieron tornados luminosos, junto con algunas ondas que se movían aleatoriamente. La aurora boreal estaba en su mayor esplendor.

Durante diez minutos, la magia desplegada en ese retazo de cielo excedió todo lo que creía posible. En aquel bosque, el mundo se detuvo para mí. Y aunque mi cámara no pudo captar las luces, mi mente me recordará por el resto de mi vida lo que vi.

Y así como apareció, en cuestión de segundos, la aurora se desvaneció, y la naturaleza volvió a quedar a oscuras. Me senté sobre la nieve, esperando que volviera, pero eso no ocurrió. De hecho, llegué a preguntarme si lo que acababa de ver había sido real, o si acaso lo había fantaseado.

Me levanté y volví a lo de Merethe, consternado, como quien empieza a notar todo lo horrible que hay en el mundo, tras haber presenciado el éxtasis de la belleza. Me recordé de niño, jugando eufóricamente con fuego en casa, haciendo enojar a mi mamá; y enseguida me volví a encontrar de grande, observando caer las flamas celestiales sobre el bosque, disfrutando como nunca jamás.

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