jueves, 25 de febrero de 2016

El veto del azar

De un momento a otro, todo se volvió un desastre. No sé cómo ni por qué, pero son cosas que suelen pasarte cuando tu vida parece ordenarse, justo en el momento que sentís que estás por alcanzar la luz al final del camino, esa que te hace de anzuelo cada día de tu vida.
Ayer me pregunté si todo lo que no percibo realmente existe, y enseguida pude comprobar que sí. Cada paso de la gente en el mundo mueve un poco la Tierra, cada acción ajena puede (y quizás tiene) injerencia en nuestro destino. No ese destino predeterminado que se inventó para desligarnos de responsabilidades y sentirnos más cómodos con el resultado de las cosas, sino el que intentamos controlar de tantas maneras: mirando a los costados antes de cruzar; estudiando una carrera; haciendo nuestro trabajo según nos lo pide un jefe; ahogando las lágrimas; diciendo la verdad; mintiendo; y omitiendo. De ese destino, a diferencia del que ya está escrito, tenemos que hacernos cargo.
En ambas formas de concebir nuestro futuro existe el azar. Sólo que uno lo propone como el as de espadas para lograr la expiación, argumentando que "si tuvo que pasar, fue porque así debía ser", y vos la culpa no tendrás; y el otro lo ubica como la última pieza del yenga, esa que te desarma la torre ruidosa y contundentemente, provocando que todo tu esfuerzo previo haya sido inútil. En ese caso, el azar tiene poder de veto, y rara vez es una figura novedosa o poco conocida en tu vida: casi siempre es un fantasma del pasado que, si no quiere que triunfes, no triunfarás, y esa tan ansiada luz jamás conseguirás.
¿Y para qué queremos llegar a ella, al fin y al cabo? Como humanos que somos, tan fácilmente negligentes, nos hacemos creer que ese luminoso final del camino nos dará la gloria de la satisfacción. Sin embargo, todos sabemos que, una vez que el pez muerde el anzuelo, sólo alcanza la luz de la superficie para morir.



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