Todavía no había amanecido. A través de la ventana se veía la tormenta. Ella, abstraída, miraba la lluvia y los relámpagos.
-¿Estás bien? -pregunté.
-No. No estoy bien. No hay nada después de la muerte, nada -contestó, con la mirada inmóvil.
-¿Y qué tiene? -dije yo, tratando de entender.
-¿Cómo "y qué tiene"? Es literalmente la peor certeza que se puede tener -replicó, levantando el tono.